City of Culture / City of Signs / Welfare City
Para poder hablar de lo urbano en la CDMX hay que retomar la idea de que la ciudad no solo es la zona central, y que el norte no es la única zona urbana existente, pues los límites de la ciudad han pasado a ser borrados, dejando como resultado una interconexión cada vez mayor entre comunidades que lleva consigo la urbanización hasta los lugares más lejanos como lo es Xochimilco, alcaldía que al igual que todas las que forman parte de la gran urbe mexicana, tiene una gran cantidad de simbolismos inmersos que a pesar de la transculturación y aculturación existente, se mantienen como un referente de identidad y significación de suma importancia.
San Gregorio Atlapulco es nuestro caso a tratar, uno de los pueblos originarios del Valle de México que con el transcurso del tiempo, se adentra más a la cotidianidad urbana, de aquella ciudad neoliberal que busca la mercantilización para progresar, y que ha llevado a la integración de la comunidad a la vida rutinaria de la ciudad, a la asimilación de un paisaje nuevo en el que el gris de las construcciones y el negro del pavimento, toman importancia en lo espacial, para convertir a aquel pueblo en una extensión más de la ciudad, en el que espacios como los campos, las tierras comunales y los sitios religiosos parecen ya no tener cabida; sin embargo Atlapulco mantiene como consecuencia de la urbanización (que trae consigo un proceso de trans y aculturación por diversos motivos) una resistencia cultural al cambio en la que los signos obtienen una mayor importancia al momento de ser parte de la urbe, pues hechos como el que tres cruces estén en la cima de un cerro de una población de más de 54 mil habitantes en una posición de vigilancia, demuestra que la religiosidad es un elemento imborrable y que por otro lado genera una identidad colectiva, al mantener la idea de que Atlapulco no es una zona ni conurbada o urbanizada, sino que es un pueblo originario y que como tal, también mantendrá lo más intactos posible sus zonas de cultivo tradicional como lo son las chinampas, los ejidos y el cerro pues son parte del aspecto sociocultural que une a los atlapulquenses.
Los referentes culturales se mantienen a lo largo y ancho de esta población, siendo en su mayoría signos que se hallan inmersos en la mancha urbana, fungiendo como objetos y sujetos creadores de colectividad, de diferenciación y de reivindicación de lo tradicional a pesar de las tendencias urbanizadoras que en muchos casos han llevado a la desecación de lagos y canales, al olvido de las tradiciones y creación de sociedades de consumo que se convierten en lo que Marc Augé llamaría No-Lugar, esa entidad urbana carente de vida cultural que no sea basada en lo monetario, pero en nombre de la civilización con el fin de progresar como se hubiera pensado en la modernidad occidental, esto para llevar a la humanidad a una nueva era en la que ni la cultura ni la sociedad se considera sino que solo se enfatiza en lo económico, pues es lo único que puede llevar al humano a una mejora en su vida; es claro que esta idealización del progreso solo ha traído conflictos por el querer adentrar sistemas económicos y urbanos que no encajan en las sociedades de implantación, pero que también ha traído beneficios que van desde los nuevos conocimientos para la urbanización con consideraciones sociales, las mejoras y aumento de oportunidades laborales y por supuesto la revalorización de la identidad mediante el uso de representaciones materiales.
Quizás sea momento de replantearnos la concepción de la ciudad como progreso, para recordar que existe un arcoíris lleno de vida y color, que trae consigo la belleza y esencia del ser humano y que se conoce como cultura, esto para voltear a nuestro interior y considerarnos parte de una sociedad que inmersa o no en la urbe, mantiene símbolos que enriquecen nuestra categoría de humanidad y que es menester comprender si se quiere un desarrollo pleno de la ciudad a lo largo del mundo.